Crónica escrita íntegramente por Freddie Armando Romero Paredes. El 15 de agosto del 2007, un terremoto de 7,9 grados sacudió la capital de Lima y demás regiones del Perú dejando devastada la ciudad de Pisco en el departamento de Ica. Las reacciones no se hicieron esperar y millones de personas vivieron durante ese lapso de tiempo sentimientos de angustia, desolación, pena, incertidumbre y dolor.
Yo, por mi parte, estaba en ese instante disfrutando de la televisión por cable solo en mi habitación. En el otro dormitorio estaba mi abuela haciendo sus cosas y, en el despacho, mi abuelo resolvía uno más de sus geniogramas del diario El Comercio de Perú. Apenas las vibraciones empezaron a ser más fuertes e intensas de lo normal, mis abuelos se reunieron y bajaron a la sala invadidos por la ansiedad y el miedo. Ellos estaban alarmados y deseando que todo esto terminara de una buena vez. Confieso que, personalmente, me sentía tranquilo pues nunca había vivido una experiencia de tal magnitud en mi vida.
Más adelante, me vino una crisis existencial tremenda y me empecé a preguntar una serie de cosas que en el día de hoy han encontrado su camino y sus respectivas respuestas. Surgió incógnitas como: ¿cómo me va en el amor? ¿qué hago en el plano laboral? ¿cuáles son los nuevos objetivos para el próximo año? ¿cuáles van a ser los planes para la siguiente temporada? A lo que me respondí: "Será motivo para otra interesante entrevista conmigo la próxima vez, pues el terremoto ya acabó de retumbar".
Después de escuchar algunas noticias en la radio y de recibir unas cuantas llamadas me pude dar cuenta de que fui testigo fidedigno de un magno evento que no podré olvidar en mis próximos años de vida que me esperan.
Y es que nadie tiene la vida comprada. La vida es un regalo de Dios y es una sola. Siempre en la rutina diaria debemos reflexionar sobre las cosas que ahora tenemos y que de repente más adelante no habrá. Valorar el hecho de tener una cama y un techo donde dormir, un plato de comida con el cual se llenará el estómago, la presencia redentora y decisiva que pueden significar tu padre, tu madre, tus abuelos, tus tíos, tus primos y sobrinos y, sobre todo, el hecho de ver el cielo amarillo por el sol, cuya luz acaricia el crucifijo, el santo, la Virgen, el Cristo y todos aquellos personajes cruciales que hicieron mucho por la humanidad y que hoy son un símbolo de santidad, culto y devoción, las cuales atrae a masas enteras sedientas de una palabra de aliento y hambrientas de un Dios cada día más vivo y presente en nuestros corazones, espíritus y peregrinar. Donde quiera que vayamos, siempre estará Dios, como el mejor Padre, con los brazos abiertos para ayudarnos al mismo tiempo que nos ayudamos nosotros mismos.
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