Escrito íntegramente por Freddie Armando Romero Paredes. Un domingo 4 de noviembre del 2007 me dispuse a abordar un transporte que recorriera gran parte de Magdalena del Mar, distrito que queda cerca del Circuito de Playas de la Costa Verde. Cabe señalar que ese mismo día salía en procesión el Cristo moreno de Pachacamilla a cargo de la Hermandad del Señor de los Milagros de Magdalena del Mar. Tal es así que varias pistas de calles del distrito estaban decoradas con alfombras hechas de pétalos de flores, hojas y plantas. Asimismo, en los postes colgaban guirnaldas y globos de colores blanco y morado. Todo estaba preparado para el paso del divino Cristo.
El bus que tomé venía desde el límite de San Miguel con Magdalena, pasando por la intersección del jirón Castilla con el jirón Bolognesi. En el transporte, el cual era de la década del 90, venían el chofer, el cobrador y la cantidad de quince pasajeros. Incluyéndome dentro del grupo, había un total de dieciocho personas entre mujeres, hombres, niños y ancianos. Los individuos -ahí presentes- venían en su mayoría de hacer compras del mercado. Otros habían tomado el vehículo para realizar una visita plácida y dominguera a algún familiar. Y el resto estaba de paseo aprovechando un deslumbrante domingo lleno de radiante sol.
Estando programada la procesión para ese mismo día, el carro lleno de pasajeros se vio en la obligación de desviar la ruta. Del jirón Bolognesi se fue al jirón Leoncio Prado y de este se pasó al jirón Grau. Luego, se trasladó por la calle Tacna. Más adelante, normalizó su trayecto en la Avenida Antonio José de Sucre. La reacción no se hizo esperar: algunos se incomodaron y protestaron porque los estaban dejando un tanto lejos del destino y otros se mantuvieron en silencio y empezaron a comprender que era por el Cristo crucificado que murió por salvarnos del pecado.
Durante el camino, algunas personas abrieron sus ventanas para observar y apreciar el atractivo y santo pasacalle que traía en hombros a la sagrada imagen del Señor Jesús conocido en la capital, en el Perú y en el mundo entero por realizar milagros a cualquier persona de cualquier condición social y económica. Mientras tanto, otras, solamente, comentaban maravillados la presencia redentora del Hijo de Dios. Y unas pocas almas querían que se apurara el transporte para llegar rápida e inmediatamente a su paradero.
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