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lunes, 14 de junio de 2021

La primera verdad de Freddie Armando Romero Paredes sobre Hollywood

Por Freddie Armando Romero Paredes con DNI Perú 43532942. Nunca supe cuál era mi nombre artístico. Nunca firmé contrato. Nunca me pagaron algo por usarme en las películas. Nunca me pagaron nada. Se valieron de una carta legalizada notarialmente para que las familias Romero León y los Muñoz Romero cometan la infamia de venderme a Hollywood. Cuando googleaba varios nombres no sabía cuál era yo. Nunca supe cuál era el estudio de Hollywood para el cual trabajaba. Mandar un saludo o grabar un video para el estudio equivocado me hacía quedar mal a mí y al estudio que se mantenía de incógnito y en la intriga. Sólo supe que estaba en Hollywood y es por eso que los videos del canal de YouTube Freddie Armando Romero Paredes DO estaban dedicados a la industria de Hollywood de Estados Unidos en términos generales. Nunca supe cuál era el equipo ejecutivo, creativo, técnico y fílmico que estaba detrás. Nunca supe cuál era mi línea o parlamento. Nunca supe qué cara o qué gesto se tenía que poner. Nunca conocí a la coprotagonista de cada película que se hacía. Nunca conocí al elenco o reparto de cada película que se hacía. Nunca supe cuál era la escena que se grababa. Nunca supe qué argumento tenía la película. Nunca escuché luces, cámara, acción y corte. Nunca recibí ningún premio. Más bien, me hacían creer que estaba nominado o que había ganado un premio. Pero, al final ese premio lo recibía el ejecutivo o la que me explotaba. Nunca concedí una entrevista sobre mi trabajo cinematográfico. Más bien, las entrevistas que concedía era más que todo sobre mi trabajo pastoral católico con el Padre Carlos Alberto Rosell de Almeida de la Arquidiócesis de Lima desarrollado en mi canal de YouTube Freddie Armando Romero Paredes DO y las redes sociales.  No tengo guardado conmigo ningún artículo periodístico sobre mi carrera cinematográfica. No tengo conmigo los discos de música que grabé cantando. Nunca firmé autógrafos. Nunca vi las películas que había hecho en el televisor de mi casa. Esa es la triste realidad.