Tiempo después, alguien, con la poca fuerza que tiene, toca la puerta y Fátima sale a ver de quién se trata. Cuando mira en el piso, encuentra a Valero, quien estaba con mucho malestar.
Es entonces que Fátima se encarga de la recuperación de Valero. En el transcurso de la recuperación renace el amor como antes y más que antes. Esto es un conflicto, pues Fátima ya era monja, con el dinero que ella recibía por su servicio eclesial su papá hipocondríaco vivía y sobretodo eran tiempos de la Santa Inquisición. Aún así ellos dan rienda suelta al amor dentro del hospicio administrado por monjas de clausura sin que nadie se entere.
Lo asombroso es que Valero ya no era el mismo de antes, pues tenía una medicación que debía ingerir para sentirse mejor; pero, que a su vez lo transformaba en el buho justiciero que ayudaba a los oprimidos por las injusticias del tribunal de la Santa Inquisición. Es así que habiéndose tomado el elixir diario se convertía en un buho que salía a saldar cuentas en la noche.
De tal manera que Valero y Fátima se volvieron inseparables y confidentes para ocultar ese amor que seguía vivo y los poderes sobrenaturales que el buho justiciero tenía en su haber. Si en esa noche no tomaba su medicina, sólo la pasión, el deseo y el acto coital podía apaciguarlo y serenarlo, y, más si estaba Fátima a su lado.
Cabe destacar que Valero, el buho justiciero, fue uno de los tantos insurgentes que aceleraron la emancipación del Perú y de toda América. Es así que comienzan las aventuras de una monja y de su especial protegido en una institución religiosa.
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