Por Freddie Armando Romero Paredes. Es polémico el hecho de cómo a través de una muestra o exposición museológica se puede manipular la postura social, el pensamiento ideológico, el juicio histórico y las versiones académicas que se tienen de un respectivo hecho o suceso histórico propio de un país como España o de una nación como México.
De este párrafo inicial se
desprenden las siguientes preguntas: ¿Qué versión de la historia de América se
puede dar a conocer sin atacar el orgullo del lado conquistador y sin
menospreciar la dignidad y la integridad del público conquistado? ¿Cómo
explicar de una mejor manera la historia verdadera y auténtica tal como es y
como fue a los educandos de primaria, secundaria, terciario y universidad de
los países de América y de la península ibérica sin que ambos bandos resulten
lastimados y ofendidos? ¿Qué método o dinámica pedagógica y lúdica emplear a la
hora de guiar colegiales, turistas nacionales y turistas extranjeros sin herir
susceptibilidades ni mucho menos sentimientos cívicos – patrióticos? ¿Cómo
manejar y controlar la empatía y la asertividad en vivo a la hora de dirigirse
a un público plural, heterogéneo y con distinta idiosincrasia geográfica y
socio – cultural?
Soy un convencido y creo firmemente
que hay que tener muñeca, tacto, tino, cordura, compostura y dominio de si
mismo y de la situación antes, durante y después del guiado respectivo. Pienso
que el discurso museístico debe tener una óptica con optimismo y una visión
positiva y conciliadora. Al mismo tiempo, hay que saber manejar las emociones y
los sentimientos nacionales para darnos cuenta que la conquista, colonización y
catequización de América por los españoles fue un hecho histórico que a fin de
cuentas inevitablemente sucedió, que nos marcó para aprender y corregir
nuestros errores, faltas y problemas a nivel político, social y cultural en la
nación -que se habita y se reconoce como patria- de aquí para adelante con
miras a un futuro mejor, que pasó y que ya no lo podemos cambiar. Un hecho sin
precedentes, único y de gran envergadura como la época del dominio español en
América puede ser el punto de inicio para que la cultura ibérica y la cultura
americana se reconcilien, hagan las paces, encuentren los motivos en común y
establezcan nuevos lazos y vínculos que consoliden las relaciones bilaterales y
comerciales, que sirvan de puente para concretar ayudas, mejoras y progresos, que
permitan el ingreso a una condición de paz social, bienestar común,
sostenibilidad y sustentabilidad en el mundo globalizado de la edad
contemporánea de hoy. De igual modo, enfrente a los retos y desafíos con rostro
social que el tercer milenio presenta y acelera como parte de la evolución de
las civilizaciones que un día lograron la gloria para la humanidad, dejando
como herencia cultural un valioso legado que ahora es apreciado, querido y que
ha calado en lo profundo de la memoria colectiva, para perdurar en el tiempo
como vestigio y testimonio de lo que un día fuimos y de la trayectoria hacia la
cual nos queremos proyectar como un solo puño y un solo corazón, dejando de
lado las distancias y profundidades de los océanos Pacífico y Atlántico; y,
movidos por la bendición y la providencia de Dios. Ese Dios que un día se nos
inculcó al momento de la catequesis de las primeras órdenes religiosas en el
continente de Las Américas y que se hizo presente con gran magnitud en figuras
divinas como el Señor de los Milagros y la Virgen de Guadalupe.
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