Por Freddie Armando Romero Paredes. El enfrentamiento entre los residentes y los turistas se da por una cuestión de choque de culturas y sus costumbres y tradiciones que cada grupo social tiene en su haber. Esto ocurre cuando se suscitan diferentes idiosincrasias en una misma área geográfica.
Por una parte, las comunidades
indígenas y autóctonas de nuestro país tienen un carácter definido, un estilo de
vida que los identifica, un pensamiento que se cultiva en casa acorde a las
normas, reglas y enseñanzas de gente que ha crecido en sabiduría y experiencia
gracias a su vivencia en el ande y su enfrentamiento a retos y desafíos propios
del interior del país, de la vida en provincia y de responsabilidades asumidas
en las labores del campo; y, un legado milenario y ancestral que tiene el
reconocimiento y el prestigio por haber logrado records en su trayectoria y
proceso desde el origen de todo hasta el ingreso clave en la sociedad
globalizada del mundo contemporáneo de hoy.
Por otro lado, se encuentran en la
otra orilla los turistas extranjeros procedentes de mundos vanguardistas,
vertiginosos y de larga y longeva data, los cuales han madurado demasiado las
nociones de progreso, independencia, madurez y libertad al punto de decidir de
otra manera, tomar otros caminos para llegar a la meta, catalogar y categorizar
más abiertamente y sin tanto tapujo ni complejo un hecho histórico y/o un
análisis cuadrimensional de una persona, ser claros y directos al opinar, tomar
partido y defender una causa, un ideal y una convicción profunda. La
preparación, la óptica, el discernimiento y la reflexión para actuar de una
manera muy distinta a la forma de desenvolverse, desplegarse y encarar del
campesino y artesano de nuestro país.
Es tal vez el conservadurismo lo que
define al peruano en las profundidades y proximidades del Perú. Y es el
despertar de conciencia lo que describe y pinta de cuerpo entero al turista cosmopolita.
Pero, a pesar de que ambas personas pertenecen a mundos complejos y diferentes,
cuando están en el Perú lo que los une es el arte, la cultura, el folklore, el
patrimonio y la curiosidad por conocer y llegar a saber más acerca de los
elementos, instrumentos y motivos que formaron los Imperio Wari y Tahuantinsuyo
a lo largo y ancho de América del Sur, teniendo como eje y base de operaciones la
tierra llamada Virú, la cual más adelante sería Perú. Sin duda, una amalgama y
un tinglado de cosas que hacen atractivo y exquisito las rutas hacia Machu
Picchu, Caral, Chan Chan y el Gran Pajatén, entre otros circuitos más.
Quizás algunos turistas prefieran la
bulla mundana y citadina y el ruido estrepitoso de las discotecas, bares y
nightclubs de la vida nocturna de Cercado de Lima, Miraflores y Barranco. Como
también es probable que el vecino de la Lima Señorial se queje ante el serenazgo
del distrito y el policía del patrullaje integrado interdistrital, por
alteración de la tranquilidad y la paz social en la urbanización de la ciudad,
de parte de unos noctámbulos que viven y respiran la algarabía excediéndose en
sus límites y responsabilidades. Lo cierto es que Lima y otras ciudades
capitales del Perú brindan las condiciones y los requerimientos para una sana
convivencia, siempre siendo conscientes de que la ciudad es de todos y a
sabiendas de que el turismo es una de las principales industrias que mueven la
economía del país y garantizan la estabilidad y el bienestar en las canastas
familiares de los empleadores y empleados del sector turismo, ya sea en el
rubro hotelero, culinario y/o la gestión, promoción y difusión de la cultura
del Perú.
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