Escrito por Freddie Armando Romero. Cuando llegas a la adolescencia y
empieza tu desarrollo hormonal, corporal y emocional siempre esperas con ansias
la llegada de tu otra mitad o media naranja.
Esa otra mitad o media naranja se
traduce en el complemento más perfecto que llenará tu vida sola y vacía con un
sentido, misión y visión para lograr la realización como hombre y también como
dador de vida al convertirte en padre.
Desde que entras a la pubertad y luego
a la adolescencia, tus cambios a nivel personal son grandes, tanto así que se
crea una fuerza mística que te empuja a buscar a tu polo opuesto ideal, tu
cómplice en miles de aventuras, tu aliado incondicional que te apoyará en las
buenas y en las malas, la mano amiga que te dará una palabra de aliento y un
consejo cuando más lo necesites, la presencia femenina, maternal y hogareña que
cubrirá de flores y mieles tus días grises, la persona por la que vivirás y a
quién dedicarás tus triunfos, intentos y progresos.
Y si así se describe la búsqueda de la
persona amada tan ansiada, entonces más interesante y placentera resulta la
descripción posterior del encuentro gozoso y divino de tu otra mitad. Tal es
así que los días dejan de ser monótonos y se pintan de colores sin importar
técnicas y autores.
Es tan importante que un hombre tenga
una mujer a su lado porque es propio de la naturaleza del hombre, es la manera
correcta, natural y viable de prolongar su existencia, su ADN, su legado, sus
enseñanzas y valores. Asimismo, porque el destino del hombre desde la creación
del universo fue llenar la Tierra, crecer y multiplicarse. De igual modo, por
una cuestión de instinto y deseo paternal en ser llamado padre, considerado,
respetado y admirado como un héroe, guía, mentor. También porque se te educa
cuando creces para que perpetúes y honres el apellido y a ser transmisor de
conocimientos, experiencia y sabiduría. En verdad vale decir, confirmar y
ratificar que no hay nada más hermoso que ser padre. Se te cae la baba y te
conviertes en un niño de transición cuando lo logras. Y es que no es lejano a
la realidad que ser padre y esposo son la bendición más grande que uno puede
recibir.
Y el hecho de tener una mujer al lado
no sólo se resume y reduce a la cantidad de hijos y a la descendencia posterior que uno pueda lograr tener. Hay más
y va más allá, pues una mujer será la persona que te acompañe todos los días al
dormir y al despertar, será la persona que te diga buenos días, la que te lleve
el café cuando estés trabajando con documentos y archivos, la que te lleve el
té con limón cuando te resfríes, la que dará gracias a Dios y a los demás por
todas las gracias y bendiciones; y, sobretodo, es la persona que te querrá con
tus arrugas, canas, manchas, patas de gallo y rayas de corduroy en la frente
cuando los dos estén en proceso de envejecimiento.
Personas pueden haber varias; pero,
sólo la mujer es la que tiene esa pasión febril, es la que se convierte en tu
musa de tus creaciones y porque siempre se cumple la ley y norma que detrás de
cada buen hombre siempre existirá una buena mujer. Hasta Dios necesitó una
mujer como Santa María para traer al mundo a Jesús, el verbo divino hecho carne
que se entregó por todos nosotros.
En conclusión, nunca es tarde para
tener una mujer al lado, estés en primaveras, pases veranos, tengas otoños
encima o te encuentres en tus cuarteles de invierno. Y si ya tienes una al
lado, por más incisiva, cargosa y renegona que sea, valórala porque uno nunca
sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
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