Por Freddie Armando Romero Paredes. La historia comienza en Madrid, España; en la Edad Media y en un señorío feudal, en el que Ricardo Restrepo, el hijo de un señor feudal, ya en la mayoría de edad, se acerca a su padre, Rómulo Restrepo, para exigir que se le dé su parte en monedas de oro de la herencia que le corresponde. El padre no se niega y acepta a la petición de su hijo; pero, le advierte que al recibir su herencia sea responsable e invierta el dinero en algo productivo y que multiplique el capital recibido para que se siga perpetuando por todo lo alto el estatus, el poderío y, por supuesto, la descendencia de la familia.
Ricardo
sale del castillo y se va a la no tan respetable y más bien lujuriosa ciudad de
Gamarra. Estando allí en esa ciudad hecha de piedra y cristal se deja
deslumbrar por lo hermoso del sitio y la belleza de sus mujeres. Tal es así que
conoce a una doncella de nombre Rebeca, a la que le ofrece oro, joyas, tierra y
comodidades si es que ella acepta ser desposada. Ella, de inmediato, acepta. Es
más, se despide de sus parientes y se lleva consigo a su hermanastra, cuyo
nombre era Rosana, la cual enseguida queda prendida del joven Ricardo, a quien
no le puede decir nada por temor a la rabia, al fuerte carácter y a la reacción
de Rebeca que siempre andaba cerciorándose de que ninguna mujer se acercase a
su recién marido. Los esposos se establecen en las afueras de Madrid para estar
cerca del feudo de don Rómulo, padre de Ricardo.
Rosana
se conformaba con ser la sirvienta entre todas las sirvientas que atendían a la
pareja. Siempre le gustaba estar presentable con un cintillo, una trenza, la
vasta de la falda ni tan arriba ni tan abajo, un escote con el encaje que más
combine y acomode. Y si las demás empleadas se daban cuenta de sus intentos por
sobresalir, Rosana siempre les echaba en cara que era la hermanastra y que, si
bien era cierto no era legítima, tenía el respaldo de sus amos y con eso todas
las opciones para ganar ante una posible refutación sobre cómo debía de actuar,
vestirse y comportarse.
Una
noche Ricardo tomó vino demasiado hasta tambalearse de borracho. Esto no
significó que no pudiera funcionar como hombre. Al contrario, le sirvió para
sacar fuerzas de la nada y tener un encuentro pasional y furtivo. Solo que Ricardo
no se fijó muy bien a la hora de irse a la habitación de su esposa para
desfogar todo ese apetito sexual que traía encima y terminó entrando al
aposento de Rosana, quien sorprendida no pudo hacer más, pues eso es lo que
había buscado toda su vida y, al haberlo encontrado, se encontraba en la
cúspide de la realización personal porque Ricardo era lo que más amaba y, ahora
que lo tenía, no necesitaba nada más. Es entonces que Rosana se queda callada y
sólo responde con besos, abrazos y caricias. Mientras que ella pensaba que
estaba en el cielo, Ricardo solo atinaba a decir que Rebeca había resucitado y
se había convertido en una mujer más enamorada que nunca de la vida, del amor,
del deseo, de la pasión y del hombre que significaba él mismo.
Mientras
que Ricardo y Rosana se amaban en la oscuridad sin saberlo y sin que nadie se
enterase. Rebeca había aprovechado la ocasión para meter en la cama de su
habitación a uno de los peones, pues ella pensaba que la pasión de Ricardo se
había extinguido y que necesitaba emociones más fuertes y más si estaba en
plena juventud. Ella quería disfrutar del éxtasis de su juventud y presumir que
había sido amada por los hombres más varoniles de la región. Quería, desde
antes de conocer a Ricardo, que ningún hombre olvidara su nombre, su cuerpo y
su forma de estremecerse en el colchón. Mientras que ella engañaba a su marido
de la manera más vil, una mujer de verdad, amorosa y fiel le daba el valor que
se merecía a Ricardo, quien, pasadas unas horas, se dio cuenta de que él estaba
en la habitación de Rosana, a quien al sentirlo tan fuerte, vigoroso y cerca le
había gustado.
Por
eso, Rosana supo cómo actuar al ver la reacción de Ricardo y más que todo le
supo cómo decir que lo que había ocurrido quedaba entre ellos y que si ella aceptó
su presencia y se dejó llevar fue porque ella se enamoró perdidamente desde el
primer momento que lo vio. Su presencia la impactó y la dejó sin palabras.
Lamentablemente, para ese entonces no solo andaba de la mano de su hermanastra,
sino que ya estaba casado, lo cual impidió que ella luchara por el amor hacia
él y se resignara a verlo como el esposo de su hermanastra, un pariente más y
desde lejos, pues, como él bien lo sabe, su esposa, Rebeca, se pone como una
fiera cuando tocan lo que es suyo y, para Rebeca, Ricardo ya era de su
propiedad.
Ricardo
le dijo por su parte a Rosana que a él también le había gustado, que nunca
había hecho el amor de esa manera, que eso quedaba entre ellos y que le invadía
la tristeza al darse cuenta de que quizás no volvería a haber un
acercamiento y que, haciendo un balance de todo, ella había demostrado lo que
en verdad era amar, querer en silencio sin esperar nada a cambio y dándolo todo
al final.
Fue así
que Ricardo humedeciendo sus labios por última vez junto a los labios carnosos
y tibios de Rosana se alejó de ella y su habitación hasta una próxima
oportunidad o hasta que el destino propiciara otro encuentro furtivo. Es
entonces que él se aparta resignado y camina hacia su verdadera habitación
conyugal. Cuando entra encuentra a su esposa abrazada a un peón, quien en
defensa propia jala el gatillo de su revólver y dispara contra el señor
Restrepo, quien, a su vez, jala y dispara contra el peón diciéndole que ni bien
salga el sol habrá duelo.
El
duelo se realiza con la presencia de Rebeca que termina siendo repudiada y
Rosana que mira todo lo que está pasando como una oportunidad para que el amor
por Ricardo triunfe y el sueño, hasta ahora, inalcanzable se cristalice. En el
duelo, al principio nada está dicho, pues el peón tenía técnica. Con un
crucifijo en la mano dado por Rosana y un pequeño gran golpe de suerte, Ricardo
gana el duelo y el peón termina con una profunda herida que acaba con su vida.
Desde
ese momento ya nada volverá a ser como antes, pues Rebeca tiene ahora
desprestigio y no puede lograr que Ricardo logre tenerle confianza como antes,
ya no duermen juntos y lo único que hacen es aparentar una felicidad falaz y
efímera. A ello se suma que no tienen hijos, la edad de Rebeca y por ende su
infertilidad.
Todo lo
contrario ocurre con Rosana, quien logra tener mellizos, un niño al que llama
Aramis y una niña a la que llama Ariana. Siempre cuando le preguntan quién es
el padre. Ella responde que es el peón muerto que tuvo la osadía de abusar de
ella y acostarse con su hermanastra. Y como el peón está muerto, la gente no lo
puede confirmar. Esta respuesta llega a oídos de Ricardo, quien sabe que él es
el padre y que no puede hacer nada por temor a que surjan represalias contra
los niños principalmente de parte de Rebeca. Por eso se sigue quedando callado
y apadrina a los muchachos. Y sobre todo le alegra que estén en manos de
Rosana, su verdadero y más grande amor.
La
madurez y la toma de conciencia llegan tardes a la vida de Ricardo, quien llega
a quedarse sin nada del dinero que le dio su papá, don Rómulo Restrepo. Poco a
poco han tenido que ir vendiendo todo lo poco que les quedaba. Ya ni siquiera
le quedan las joyas de Rebeca porque estas han servido para pagar los servicios
de los sirvientes, quienes, al ver que el salario y la calidad de vida
disminuían, se fueron a otro feudo.
Recién
cuando la responsabilidad y el criterio eran partes de su vida, Ricardo
se fue a ver a don Rómulo para ver si recibía su perdón como padre y
podía recibir una dote más como hijo. Pero fue inútil porque su padre había
tenido otro hijo de nombre Renato y a este le había dejado lo poco que tenía.
Esto consistía en tres parcelas y una cabaña en medio del bosque. Renato tenía
la misma edad que sus hijos. Por lo tanto, cuando don Rómulo murió, Ricardo se
convirtió en albacea de los bienes de Renato, quien no tuvo mejor idea que
compartir las parcelas que tenía con Aramis y Ariana. Ante esto, su hermanastro
tuvo que empezar a trabajar de leñador y aprovechar los leños frondosos del
bosque para vender la madera o trabajarla para hacer muebles.
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