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miércoles, 7 de abril de 2021

Ricardo Restrepo

Por Freddie Armando Romero Paredes. La historia comienza en Madrid, España; en la Edad Media y en un señorío feudal, en el que Ricardo Restrepo, el hijo de un señor feudal, ya en la mayoría de edad, se acerca a su padre, Rómulo Restrepo, para exigir que se le dé su parte en monedas de oro de la herencia que le corresponde. El padre no se niega y acepta a la petición de su hijo; pero, le advierte que al recibir su herencia sea responsable e invierta el dinero en algo productivo y que multiplique el capital recibido para que se siga perpetuando por todo lo alto el estatus, el poderío y, por supuesto, la descendencia de la familia.

Ricardo sale del castillo y se va a la no tan respetable y más bien lujuriosa ciudad de Gamarra. Estando allí en esa ciudad hecha de piedra y cristal se deja deslumbrar por lo hermoso del sitio y la belleza de sus mujeres. Tal es así que conoce a una doncella de nombre Rebeca, a la que le ofrece oro, joyas, tierra y comodidades si es que ella acepta ser desposada. Ella, de inmediato, acepta. Es más, se despide de sus parientes y se lleva consigo a su hermanastra, cuyo nombre era Rosana, la cual enseguida queda prendida del joven Ricardo, a quien no le puede decir nada por temor a la rabia, al fuerte carácter y a la reacción de Rebeca que siempre andaba cerciorándose de que ninguna mujer se acercase a su recién marido. Los esposos se establecen en las afueras de Madrid para estar cerca del feudo de don Rómulo, padre de Ricardo.

Rosana se conformaba con ser la sirvienta entre todas las sirvientas que atendían a la pareja. Siempre le gustaba estar presentable con un cintillo, una trenza, la vasta de la falda ni tan arriba ni tan abajo, un escote con el encaje que más combine y acomode. Y si las demás empleadas se daban cuenta de sus intentos por sobresalir, Rosana siempre les echaba en cara que era la hermanastra y que, si bien era cierto no era legítima, tenía el respaldo de sus amos y con eso todas las opciones para ganar ante una posible refutación sobre cómo debía de actuar, vestirse y comportarse.

Una noche Ricardo tomó vino demasiado hasta tambalearse de borracho. Esto no significó que no pudiera funcionar como hombre. Al contrario, le sirvió para sacar fuerzas de la nada y tener un encuentro pasional y furtivo. Solo que Ricardo no se fijó muy bien a la hora de irse a la habitación de su esposa para desfogar todo ese apetito sexual que traía encima y terminó entrando al aposento de Rosana, quien sorprendida no pudo hacer más, pues eso es lo que había buscado toda su vida y, al haberlo encontrado, se encontraba en la cúspide de la realización personal porque Ricardo era lo que más amaba y, ahora que lo tenía, no necesitaba nada más. Es entonces que Rosana se queda callada y sólo responde con besos, abrazos y caricias. Mientras que ella pensaba que estaba en el cielo, Ricardo solo atinaba a decir que Rebeca había resucitado y se había convertido en una mujer más enamorada que nunca de la vida, del amor, del deseo, de la pasión y del hombre que significaba él mismo.

Mientras que Ricardo y Rosana se amaban en la oscuridad sin saberlo y sin que nadie se enterase. Rebeca había aprovechado la ocasión para meter en la cama de su habitación a uno de los peones, pues ella pensaba que la pasión de Ricardo se había extinguido y que necesitaba emociones más fuertes y más si estaba en plena juventud. Ella quería disfrutar del éxtasis de su juventud y presumir que había sido amada por los hombres más varoniles de la región. Quería, desde antes de conocer a Ricardo, que ningún hombre olvidara su nombre, su cuerpo y su forma de estremecerse en el colchón. Mientras que ella engañaba a su marido de la manera más vil, una mujer de verdad, amorosa y fiel le daba el valor que se merecía a Ricardo, quien, pasadas unas horas, se dio cuenta de que él estaba en la habitación de Rosana, a quien al sentirlo tan fuerte, vigoroso y cerca le había gustado.

Por eso, Rosana supo cómo actuar al ver la reacción de Ricardo y más que todo le supo cómo decir que lo que había ocurrido quedaba entre ellos y que si ella aceptó su presencia y se dejó llevar fue porque ella se enamoró perdidamente desde el primer momento que lo vio. Su presencia la impactó y la dejó sin palabras. Lamentablemente, para ese entonces no solo andaba de la mano de su hermanastra, sino que ya estaba casado, lo cual impidió que ella luchara por el amor hacia él y se resignara a verlo como el esposo de su hermanastra, un pariente más y desde lejos, pues, como él bien lo sabe, su esposa, Rebeca, se pone como una fiera cuando tocan lo que es suyo y, para Rebeca, Ricardo ya era de su propiedad.

Ricardo le dijo por su parte a Rosana que a él también le había gustado, que nunca había hecho el amor de esa manera, que eso quedaba entre ellos y que le invadía la tristeza al darse cuenta de que quizás no volvería a  haber un acercamiento y que, haciendo un balance de todo, ella había demostrado lo que en verdad era amar, querer en silencio sin esperar nada a cambio y dándolo todo al final.

Fue así que Ricardo humedeciendo sus labios por última vez junto a los labios carnosos y tibios de Rosana se alejó de ella y su habitación hasta una próxima oportunidad o hasta que el destino propiciara otro encuentro furtivo. Es entonces que él se aparta resignado y camina hacia su verdadera habitación conyugal. Cuando entra encuentra a su esposa abrazada a un peón, quien en defensa propia jala el gatillo de su revólver y dispara contra el señor Restrepo, quien, a su vez, jala y dispara contra el peón diciéndole que ni bien salga el sol habrá duelo.

El duelo se realiza con la presencia de Rebeca que termina siendo repudiada y Rosana que mira todo lo que está pasando como una oportunidad para que el amor por Ricardo triunfe y el sueño, hasta ahora, inalcanzable se cristalice. En el duelo, al principio nada está dicho, pues el peón tenía técnica. Con un crucifijo en la mano dado por Rosana y un pequeño gran golpe de suerte, Ricardo gana el duelo y el peón termina con una profunda herida que acaba con su vida.

Desde ese momento ya nada volverá a ser como antes, pues Rebeca tiene ahora desprestigio y no puede lograr que Ricardo logre tenerle confianza como antes, ya no duermen juntos y lo único que hacen es aparentar una felicidad falaz y efímera. A ello se suma que no tienen hijos, la edad de Rebeca y por ende su infertilidad.

Todo lo contrario ocurre con Rosana, quien logra tener mellizos, un niño al que llama Aramis y una niña a la que llama Ariana. Siempre cuando le preguntan quién es el padre. Ella responde que es el peón muerto que tuvo la osadía de abusar de ella y acostarse con su hermanastra. Y como el peón está muerto, la gente no lo puede confirmar. Esta respuesta llega a oídos de Ricardo, quien sabe que él es el padre y que no puede hacer nada por temor a que surjan represalias contra los niños principalmente de parte de Rebeca. Por eso se sigue quedando callado y apadrina a los muchachos. Y sobre todo le alegra que estén en manos de Rosana, su verdadero y más grande amor.

La madurez y la toma de conciencia llegan tardes a la vida de Ricardo, quien llega a quedarse sin nada del dinero que le dio su papá, don Rómulo Restrepo. Poco a poco han tenido que ir vendiendo todo lo poco que les quedaba. Ya ni siquiera le quedan las joyas de Rebeca porque estas han servido para pagar los servicios de los sirvientes, quienes, al ver que el salario y la calidad de vida disminuían, se fueron a otro feudo.

Recién cuando la responsabilidad y el criterio eran partes de su vida, Ricardo se  fue a ver a don Rómulo para ver si recibía su perdón como padre y podía recibir una dote más como hijo. Pero fue inútil porque su padre había tenido otro hijo de nombre Renato y a este le había dejado lo poco que tenía. Esto consistía en tres parcelas y una cabaña en medio del bosque. Renato tenía la misma edad que sus hijos. Por lo tanto, cuando don Rómulo murió, Ricardo se convirtió en albacea de los bienes de Renato, quien no tuvo mejor idea que compartir las parcelas que tenía con Aramis y Ariana. Ante esto, su hermanastro tuvo que empezar a trabajar de leñador y aprovechar los leños frondosos del bosque para vender la madera o trabajarla para hacer muebles.

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