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lunes, 3 de octubre de 2022

El Hombre de Agua

Escrito íntegramente por Freddie Armando Romero Paredes. William Walters era un chico del signo zodiacal de piscis que había crecido en una familia de surfistas. Un día, un maremoto destruyó su tabla y lo hundió zambulléndolo en las profundidades del océano. Sus padres también murieron al quedar destruido el yate donde paseaban. William Walters apareció inconsciente bajo otro aspecto marino y acuático en la Tierra Submarina de la Atlántida para luego ser despertado por los tritones, quienes le dieron consuelo y llenaron ese vacío que se había creado al perder a sus padres. Al entrar y estar en la Atlántida el cuerpo de William Walters mutó de sobre manera, pues le empezaron a salir escamas y una cola con aletas de tritón. Incluso, la respiración humana de William se convirtió en una respiración marina propia de las profundidades del mar. Tal es así que no solamente respiraba como pez, sino que también dominaba la respiración anfibia. En cuanto a su voz, William Walters tenía cuerdas vocales que servían para llamar con las variaciones de su coloratura, distintos timbres de voz y sonidos onomatopéyicos a muchos seres acuáticos de la Atlántida. Un día salió a la superficie sin permiso de su madre adoptiva la sirena Melania Melon para asistir a un casting de un musical, pues quería ser parte de la obra de Andrew Lloyd Weber y convertirse en tenor de grandes pop óperas que revolucionen el espectáculo musical de gran nivel en Londres. El problema es que William Walters venía de la Atlántida, no conocía Londres y no tenía por el momento ningún contacto que le ofreciera hospedaje. Hasta que apareció su coestrella en el reparto de nombre Elizabeth Pershing que le ofreció la primera cama del camarote de su cuarto al verlo solo y desamparado. Solamente que Elizabeth Pershing no sabía el secreto de William Walters y William Walters no sabía el secreto de Elizabeth Pershing. Elizabeth Pershing era una madre soltera que dormía en la misma cama con su única hija al ver que su hija tenía miedo de dormir y estar sola en una de las camas del camarote. Y el secreto de William Walters quedó al descubierto cuando la hija de Elizabeth Pershing de nombre Paula se orinó la segunda cama del camarote dejando caer orina sobre la cama del primer piso del camarote, ocasionando que a William Walters le salieran escamas, aletas y cola de tritón. Lo cual explicaba que cada vez que se mojaba, la apariencia de William Walters se tornaba acuática y submarina. Por lo tanto, William Walters no podía bañarse ni mucho menos echarse perfume así transpirara y sudara. Elizabeth y Paula comprendieron su situación. Es más, como Paula Pershing era meona, cambiaron la sábana y la ubicación en el camarote. De tal manera que ahora Elizabeth Pershing y la pequeña Paula dormían en la primera cama del camarote; y, William Walters recuperando su forma humana, después de haberse secado el cuerpo, dormía en la segunda cama del camarote. Al día siguiente, William Walters le propuso a Elizabeth Pershing ensayar la obra de Andrew Lloyd Weber porque faltaba poco tiempo para el estreno en el Royal Albert Hall. Elizabeth Pershing le dijo a William Walters que el Penthouse que tenía en el balneario y su piscina estaban cochinas y sucias y eso iba a demandar tiempo, porque había procastinado varios días en la semana dándose algo de tiempo para su hija Paula y las tareas del colegio. Es entonces que William Walters, entonando una canción melodiosa con su coloratura, el timbre y el gran poder de su voz, llama a sus amigos marinos y acuáticos de la Atlántida para que limpien el penthouse del balneario de Elizabeth Pershing. Y es en ese momento que en el penthouse ocurre un espectáculo de magia y color con todas las especies de la Atlántida, quienes después le cuentan a la sirena madre Melania Melon que su hijo William aprovechó el maremoto de turno para subir a la superficie y encontrar su lugar en esta vida y este mundo. El otro problema, aparte de ser susceptible y vulnerable a las salpicaduras y los chorreos de cualquier líquido, es que cada vez que William Walters usaba los timbres de su voz para cantar, entonar una bonita canción y concretar el show de la ópera pop, las criaturas de la Atlántida se invitaban solas, apareciendo en el escenario, y armaban un show marino de magia y color. Ante esto, Andrew Lloyd Weber un día le dijo que le gustaba el efecto, la pinta y el matiz que William Walters le ponía. Incluso, pensaba que el mismo William Walters había ensayado con los supuestos arlequines acuáticos y los presuntos sancos marinos para hacer una obra de primer nivel. Para celebrar la expectativa, la emoción y los pronósticos positivos que los críticos del medio artístico habían elaborado, William Walters se subió a una tabla de acero de surfer mágica, regalada por su sirena madre Melania Melon, con la compañía de Elizabeth Pershing; y, durante el paseo, el viaje y la travesía se pusieron a cantar varias canciones del repertorio en compañía de las criaturas aladas de los siete mares. Lo que en realidad pasaba es que la sirena madre Melania Melon se preocupaba por su hijo y para que su hijo no se sienta solo, sino que más bien esté acompañado, le mandaba compañía. Justamente, entre esa compañía marina estaba una joven sirena de nombre Selene con la misma concepción, origen, idiosincrasia y susceptibilidad de William Walters, quien, al ver que el propio William Walters no correspondía a su cariño, le echó sal marina envenenada al suchi y al maki preparado para compartir como antesala del evento. Felizmente, el artista de la Atlántida de nombre Marín lo olió y, al sentir el perfume y el aroma de Selene, lo dejó en el mismo camerino de Selene para que la propia Selene recibiera una cucharada de su propia medicina preparada. Cuando terminó el show de ópera pop, Marín se dio cuenta que Selene ya no era un obstáculo para la vida personal y profesional de William Walters, pues estaba muerta. Pero quedaba un villano que no se había puesto en evidencia porque había colaborado todo el tiempo en el desarrollo de la obra del gran Andrew Lloyd Weber. Paul Posidetis, el libretista de la obra siempre sintió curiosidad por saber cómo su guion preparado con tanto ahínco y esfuerzo y revisado minuciosamente por el maestro y director Andrew Lloyd Weber pasaba de ser una obra muy británica a ser una obra de fama mundial y estilo cosmopolita. Hasta que Paul Posidetis enciende un cigarro para fumarlo y luego apagarlo en la servilleta supuestamente. Paul no se dio cuenta que había un espacio para fumadores y reaccionó tarde cuando la servilleta se prendió. Como la servilleta se quemaba, se activó la alarma contra incendios y el dispensador de agua empezó a botar líquido. Tal es así que todos los actores del elenco se mojaron y, al ver que esos artistas tenían apariencia de pez, Andrew Lloyd Weber se asombró quedándose atónito; y, William Walters empezó a llorar al ver que todo se descubría y que su apariencia real ya no era un misterio, porque ahora se sabía que era un hombre pez venido del mar. En ese momento William Walters quiso salir corriendo y, como estaba lleno de escamas, con aletas y una cola, se quedó patinando en el escenario junto con el resto del elenco. Hasta que William Walters se deslizó para caer en la alfombra del teatro para luego secarse hasta volver a ser un humano más. Pensó que Andrew Lloyd Weber se iba a enojar; pero, al ver el cariño, la acogida y los aplausos del público, Andrew Lloyd Weber se puso contento por el final extraordinario, pues era la mejor obra de ópera pop de los últimos tiempos. Cuando Andrew Lloyd Weber le hizo una que otra pregunta y William respondió que había ocurrido a raíz del golpe de un maremoto en el yate de sus padres. Enseguida, Elizabeth Pershing y su hija Paula recordaron que tenían un pariente lejano de nombre William Waterloo; pero, nunca se imaginaron que iba a ser William Walters. Y Elizabeth Pershing recordaba que a su pariente William le gustaba surfear y lo llamaban El Napoleón de los Siete Mares. A pesar y al margen de que era su pariente lejano, Elizabeth ya se había enamorado de William y los dos ya no querían separarse, sino más bien permanecer siempre juntos. Andrew Lloyd Weber le había perdonado la payasada del teatro; pero, aún así William Walters o William Waterloo se sentía acomplejado por su condición acuática y marina. Es en ese momento que la sirena madre Melania Melon, montada en una ola gigante, aparece en la playa y con su tridente de oro dispara todo el poder ocasionando que William Walters sea un ser humano de modo permanente y no un ser acuático y marino de forma temporal. Y, junto con William Walters, alcanzan la humanidad todo el reparto de la obra de Andrew Lloyd Weber. William Walters está muy feliz; pero, todavía se pregunta cómo viajará él con la comitiva a la Atlántida de visita cada vez que quiera ver a su madre sirena Melania Melon, quien le dice y le confía varias tablas mágicas de acero de surfer a William y su delegación cada vez que quiera reencontrarse con sus orígenes en lo profundo de los siete mares. Para esto, William Walters contará con un trinche de plata para disparar sobre el mar y abrir camino directo y sin escalas a la Atlántida y así volver a ver a todo el reino submarino y todos los seres que lo conforman, incluida su sirena madre de nombre Melania Melon.  Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.  

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