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martes, 22 de octubre de 2019

Santidad

Escrito íntegramente por Freddie Armando Romero Paredes. Santidad es el grado, la condición y el estado al que se llega y que se logra viviendo una vida ejemplar acorde con las leyes, normas y disposiciones de Dios para los hombres a imagen y semejanza de Cristo.
El proceso para llegar a la santidad puede implicar en primer lugar un acto de conversión que defina un cambio real en el crecimiento de la persona y su coherente desempeño como parte de toda una sociedad para el logro de una vida mejor.
Arrepentimiento, penitencia y una entrega total son la clave para reiniciar y rehacer una nueva vida cerca de Dios, en el sendero de Cristo y bajo el amparo de la Virgen María. Arrepentimiento y un verdadero acto de contrición para decir no más, ponerle un alto a la felicidad mundana y pisar sobre tierra firme. Penitencia para forjar un compromiso que sea duradero, real y consecuente con tu actitud y las oportunidades que tienes en esta nueva vida. Entrega total a Dios para refugiarse y aferrarse a un sano motivo que genere bienestar, comunión y paz a los semejantes y que tenga el rostro social de una iglesia en movimiento.
El acto de conversión puede significar una lucha constante entre el pasado, lleno de crisis y conflictos por una falsa felicidad, y el presente, lleno de esperanza, promesas y compromisos reales que marquen un antes y un después en el aquí y ahora.
Muchas veces en el sufrimiento se conoce a Cristo porque es en ese momento que llegamos a estar identificados con su calvario, pasión y resurrección; y, entonces, es ahí llegamos a compenetrarnos con su actitud, pensamiento y accionar misionero; y, empezamos a entender por qué estamos acá, para qué fuimos hechos, hacia dónde vamos y qué lograríamos si hacemos la voluntad de Dios en la Tierra. De tal manera, que al final la sangre, el sudor y la lágrima derramada no caen en saco roto, sino que es el preludio de un gesto heroico que será recordado durante siglos por generaciones venideras.
El hecho de lograr la beatificación ya es un gran premio y un gran paso para conseguir la tan ansiada canonización. Beatificarse puede significar desde ya que toda tu vida cumplió a cabalidad su propósito, que fuiste una muy buena semilla que supo hacerle frente a las adversidades y contratiempos del clima, la cizaña y las malas presencias; y, que al crecer y desarrollarse no solamente alcanzó la plenitud de la vida, sino que trajo los frutos necesarios para abastecer, sostener y dotar a la humanidad de un mejor destino en el que se vea reflejada la misericordia y la bondad de Dios para los hombres de paz y buena voluntad.

En cada vida, obra y legado de los santos y su respectivo proceso de canonización hay sacrificio, martirio, conversión, negación y renuncia, los cuales se plasmaron en cada cosa, en cada gesto, en cada acto, en cada intención, en cada sentimiento, en cada proeza y en cada episodio de la vida diaria de ellos compartida en el planeta Tierra. Las vocaciones y los carismas nunca pasarán de moda, no son un asunto del siglo pasado y siempre se mantendrán vigentes y actuales. Mientras haya condescendencia, filantropía, trabajo mancomunado, abnegación y esfuerzos con sacrificios a favor de la humanidad, la concepción humana y esa sensibilidad que mueve las susceptibilidades de la razón y el corazón del hombre y su especie humana habrá santidad y ejemplos de santidad. La santidad nos llama y sería mezquino no hacer caso a los latidos del corazón, a los semejantes mediante los cuales Dios habla y se hace presente y a los destinos y designios de la divina providencia que gira y da rienda suelta en un mundo en el que a veces puedes estar arriba y otras veces puedes estar abajo según lo que diga la voluntad de Dios.


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